sábado, 17 de marzo de 2012

Opus I


Cada vez que intentaba reconstruir lo que pasó no podía llegar más allá de la imagen borrosa, como vista a través de un cristal esmerilado. Los agentes dicen que la empujé del borde de la escalera, pero yo sólo recuerdo haber soñado con ella: soñé que intentaba alejarla de donde yo estaba, ya que me daba vueltas alrededor zumbándome como una luz ruidosa. La empujé, lo confieso, ¡pero en mi sueño! ¿Cómo iba a adivinar que estaba sonámbulo? Nunca antes lo había sido, o al menos no me había enterado que lo era.
  Pero la situación es clara: mi mujer está en el hospital con múltiples traumatismos, fisuras en el brazo derecho, moretones y coágulos por doquier, y su tobillo izquierdo está quebrado en dos mitades. Y yo, sin recordar como llegué hasta acá, estoy siendo interrogado por dos policías que me quieren acusar de intento de asesinato. Lo pienso y me parece bastante absurdo ¿Cómo un sonámbulo va a ser acusado por las cosas que hace mientras está soñando? Entonces podrían acusarme también de la vez que robé un banco, hice explotar el obelisco, tuve sexo con una compañera de mi hija, o la vez que le disparé a mi profesora de geografía. La situación me resulta agobiante, mientras más intento defenderme, mis palabras se vuelven débiles, caen al suelo ni bien salen de mi boca; pero las voces de los agentes son estruendosas, rodean cada uno de mis argumentos con sus ruidos, no dejándome poner mis ideas en orden. 

Finalmente soy llevado por la corriente, me acusan de intento de homicidio y luego de homicidio ya que mi mujer no sobrevive, ponen la soga alrededor de mi cuello, susurro una plegaria mientras me subo a la silla, conectan mis órganos a los conductores de electricidad y sueltan el banquito… el aire no me entra, la sangre no me fluye y todas mis extremidades sucumben a los fuertes golpes eléctricos… de haberlo sabido, me hubiese ido a dormir a otra habitación, tal vez encerrado, pero ahora la carne me huele a comida y mis ojos se inyectan de rojo, aunque todavía puedo ver, cómo el auto muerde el borde de la banquina, mi cabeza revienta contra la ventanilla del acompañante.. debí haberme puesto el cinturón..  ahora veo cómo mi cuerpo se aleja más del piso, ya no estoy encerrado en el auto, ahora vuelo, ¿Esto es lo que deben sentir los pájaros? No hay tiempo para responderme, caigo… voy a explotar contra el asfalto. Siento que el sudor me recorre la espalda, tres gotas rápidas que terminan en la sábana, prendo la luz para ver si lo desperté, la televisión se apagó sola, que alivio, Andrés sigue durmiendo, tomo un poco del agua que me quedó en la mesa de luz, le doy un beso en la frente y me acuesto de vuelta. De a poco vuelvo a cerrar los ojos y me prometo no volver dormirme con la televisión prendida.

(Marcos Ariel)

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