Caminando descalzo, me mancho la planta de los pies del
plateado que pinta la luna de plata. Esa que baña el mar, la arena y la calle.
Porque cualquiera viaja a la luna de polvo y vuelve a su
casa con los pies llenos de tierra.
Pero yo dejo marcas de dedos, empeine y talón sobre el
suelo, como si travieso, pisara en la luz que acaban de pintar sobre las
cuadras que van a la playa.
En la arena es más o menos igual, sólo que me pinto por
encima del pie y hasta el tobillo. Pero en el mar, con la primer zambullida
dentro de las olas cubiertas del reflejo de esa luna en el agua, salgo
completamente embarrado en plata. Me tiento y lamo mi brazo. ¡¿Quién lo diría?!
Curiosamente la luna sabe a sal.
-Marcos Ariel-