lunes, 4 de marzo de 2013

No es excusa

No es excusa, pero esa noche no estaba de humor. Mi estado de ánimo estaba fuera de todo capricho, en donde la inventada cara de odio contra todo lo que se mueva y respire, se me pierde con alguna cosquilla o morisqueta que arruine el trance. Esa noche, mi cara de orto no era fingida.
Alguien que no sabía respetar esos momentos era Daniel: siempre me hacía gestos, caricias, comentarios, burlas y movimientos ridículos para sacarme de mi obstinada concentración. Si había algo que me molestaba más que sus intentos, era lo mal que me sentía las veces que se me escapaba a penas una sonrisa, porque eso me quitaba toda credibilidad para mis futuros malhumores, así que por orgullosa siempre intenté mantenerme intacta, retroalimentando mis más grises pensamientos. Pero esta vez no era necesario hacer fuerza para quedarme seria, realmente estaba enojada, pero aún así, cuando él percibió mi mal humor empezó a hacerme burla, el idiota me miraba fijo imitando mi cara y como veía que no me inmutaba hacía esa risita que detesto, mientras que yo deseaba que se ahogue con su propia lengua. A su tercer intento tuve que salir del departamento a tomar aire al pasillo por su propio bien, porque si le hubiese dejado seguir lo habría hecho atragantar con sus propios dientes. “¡Dios, pero qué bronca! ¿Cómo puede ser que estoy viviendo con un hombre tan idiota? Alguien que ignora completamente por lo estoy pasando, claro, como yo se las dejé pasar un par de veces ahora seguramente que es mi culpa… Carajo, pero tampoco es su culpa, él no entiende, nunca entendió… ¿Pendeja, por qué no te vas un poquito a la mierda? ¡¡AAAARRRGGHH!! ¡Mierda, mierda, mierda! Qué idiota… tranquila, tranquila, respirá, Carlita, respirá que no es tan grave”.
 Después de tanta puteada interna tuve que pedir el ascensor para salir a tomar un aire más fresco, mientras éste llegaba entré nuevamente al departamento a buscar las llaves de calle para después no tener que tocar timbre, asomé la cabeza hacia la cocina, Daniel había prendido el televisor chiquito y se estaba preparando un sándwich de queso, creo, mientras prestaba atención a un programa en esos que los comentaristas hablan como en los programas de chimentos pero sobre los jugadores de fútbol. Salí rápido para que no me haga preguntas, justo estaba llegando el ascensor, subí y me fui.
En la calle hacía un frío de cagarse y yo andaba con la pollera de vestir, una camisita blanca y un saquito del mismo color que la pollera, no me importaba, me gustaba lucir mis trajecitos, aunque eso implicara tener que comerme los mocos húmedos. Caminé tres cuadras, me detuve en una esquina, di media vuelta, frené, di la media vuelta restante y seguí caminando hasta llegar a la plaza Don Patricio, me senté en uno de los bancos y de vuelta los pensamientos e ideas me llegaron como un cargadísimo balde lleno de reproches y preguntas. “No entiendo por qué me hace esto, realmente no entiendo, después de todo lo que me dijo, de todo lo que le confesé…”
 A esa altura la punta de la uña de mi pulgar izquierdo estaba destrozada, mi pierna derecha no paraba de temblar y no lograba pestañar sin que me duelan los ojos.
“Es una pendeja, eso es lo que pasa. Yo lo tendría que haber visto venir, qué idiota que soy, encima haciéndome la cabeza con una pendeja que seguramente me cagó desde el principio”
Tenía que seguir caminando, como si cada espacio que embarraba con mi monólogo interno guardara cada palabra, repitiéndolas hasta volverse insoportables.
“Quiero escucharle la voz ¿Y si la llamo de un locutorio para que no sepa quién es?” Me reía de encontrarme planeando algo tan infantil y desesperado. Llegué a un barcito donde colgaba un cartel de luces rojas y azules que decía “La Petaca”, así le decía yo a ella, lo tomé como una señal y entré, un poco por el frío otro poco porque me estaba meando.
Sé que no es excusa, pero imagínese el estado mental en el que me encontraba en ese momento, usted dirá “Pero lo que hizo es tanto y tanto” ¡Huy que grave! ¡Pero déjeme de joder! Lo quiero ver a usted en mi situación, teniendo que soportar que tal vez el amor de su vida sea una pendeja que le dice que la ama, y usted se confunde porque nunca sintió algo parecido, y  ya ni sabe lo que le gusta, pero después decide correr el riesgo y se mete en una  relación que resultan ser de los mejores 4 meses de su vida, eso sí, a escondidas, sin mencionar que viene soportando 3 años de matrimonio con un imbécil por miedo a lo que se diga, pero dispuesta a dejarlo todo, y que venga ella de un viajecito de sólo 15 días a Brasil diciéndole que no sabe qué le pasa, que está algo confundida, pero después se entera de que en realidad ella se enamoró de un faking brasuca y que tiene planeado irse a vivir con él. Lo quisiera ver a usted con esta gran mochila de sentimientos rotos, donde la cabeza y el pecho no le dan más, lo quiero ver, entrando con frío y los mocos colgando a un barcito, con semejante estrés emocional, y que venga un borracho pajero a tocarle el culo.

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